Quisiera creer que el mundo tiene una solución posible a todos sus problemas; que el facilismo no es la única opción ante una encrucijada;
que el esfuerzo por todos realizado valdrá por igual en la libreta de calificaciones del director de nuestras existencias.
Quisiera pensar que de este atolladero existe alguna salida sin arriesgar en lo más mínimo el objetivo final; quisiera ya terminar, dejar todo en perfectas condiciones para así salvar los malos, inútiles momentos de zozobra intelectual.
Cada vez que pienso en algo, de eso tengo miedo; cada vez que hago una elección, por la espalda me corre un escalofrío que me hace pensar en un millón de cosas, una menos optimista que la otra.
Como si lo desconocido, el camino incierto, me provocara un temor irrefrenable que me paraliza al instante. Y lo que me genera un sentimiento al que aún no le encuentro nombre es ese futuro con sus insospechados giros, el porvenir con sus ventajas y desventajas de ser todavía no vivido pero si imaginado.
El futuro que alberga todas las posibilidades imaginables, todos los sucesos deseados pueden convertirse en realidad en un mañana no muy lejano de nuestras finitas vidas.
Tiene mucho a su favor porque nos permite idealizarlo en un máximo esplendor, imaginarlo como se nos ocurra, pensarlo a nuestro antojo haciéndonos héroes valerosos venciendo a villanos y rescatando bellas doncellas.
Tiene mucho en contra porque la realidad mediocre de todos los días confrontada con nuestros sueños de merecida grandeza produce un choque muy duro generando el temor a no poder salir con éxito de este acertijo que la vida cotidiana nos viene planteando desde nuestro pasado lejano y que seguirá apareciendo hasta que nos decidamos con firmeza, con determinación mejorar el futuro que nos hemos imaginado.
Quisiera que todo fuera irreal, intangible, de aire, de nada para no tener que quererlo cambiar, para darme cuenta que no me afectará, ni hoy, jamás.