Hubo un día en que decidí que la
ociosidad en la cual vivía inmerso no era una buena perspectiva para nadie
(aunque podría sentarme a discutirlo) y concreté mi inscripción como ingresante
a una carrera universitaria, aunque a los pocos segundos de haber
tomado ese rumbo de vida lamenté las horas de sueño y modorra que ya no
tendría. A rigor de verdad, lo único que cambié fue la posición, ya que en la
universidad hubo algunas clases que competían en efectos soporíferos con el
Melatol o el Prozac… Pero no nos desviemos del tema principal, quedémonos con
la mente tratando de recrear este momento, un último intento de la lucha del
hombre (fracasada por cierto) por detener el paso del tiempo, un individuo ya
iniciado en la vida mezclado entre una muchedumbre de jóvenes que apenas
abandonaba la adolescencia.
En
ese escenario se dio comienzo al curso de ingreso, un dechado de pedagogía
tercermundista de tres semanas de duración, con matices varios de bibliografía
novedosa y mucho gasto innecesario de dinero. Rápidamente, el instinto de
conservación de la raza hizo que los especimenes similares se agruparan,
evitando así el peligro que entraña el distinto. A pesar del esfuerzo genuino
de los coordinadores al momento de organizar pequeñas actividades lúdicas de
presentación, los tímidos seguían siendo tímidos y los más extrovertidos
copaban la escena.
En
cuanto al curso en sí, había cuatro comisiones en distintos horarios y lugares,
cada uno con su grupo de docentes con la responsabilidad de enmendar todas las
falencias educativas de doce años de sistema educativo en nueve encuentros de
tres horas. Desde una guía de lectura que tenía una lista interminable de
preguntas hasta un capítulo de Cortázar fueron desafíos incuestionables; desde
una charla con los futuros profesores hasta la redacción de un artículo fueron
escollos a superar. En medio de todo eso estaban Carlos y Patricia, dos
voluntariosos con alma de remeros; es que nuestra comisión era bastante
lamentable y los chicos le ponían mucha pila. Hasta un poema de Lugones nos leyeron
para aclarar una frase…
La
cuestión se encamina un día en que, luego del repetitivo “Soy Fulano, tengo X
años y soy de Tal lado” y el fin de los juegos, cruzo mi trayecto de vuelta a
casa con Carlos, quien también regresaba caminando al centro de la ciudad.
Desde la facultad hasta la salida de la universidad son
aproximadamente cuatrocientos metros en los cuales al mediodía de un verano
cualquiera se te abrasan los sesos en cuestión de segundos ya que la sombra
brilla por su ausencia. En ese recorrido resumí mi desde ya breve historia y al
cabo de eso, él me pidió si no le enviaba una reseña de mis vastas habilidades
y experiencias. Cómo no, fue mi respuesta, apurando el paso hacia el ciber con la idea de imprimir un par de currículos.
Resultado
de eso, pasadas tres semanas, fueron dos llamados para sendas entrevistas. Y de
allí un nuevo llamado para concretar mi flamante incorporación a un staff repleto de mujeres. Cabe resaltar que las personas
consultadas para obtener mayor información sobre mi persona han sabido mentir
convenientemente aumentando mi nivel a primo segundo del hijo de dios, haciendo
imposible la tarea de no contratarme.
Esto
recién empieza y yo soy un tipo honrado: si alguien reclama, soy capaz de
devolverle lo que encontré y dedicarme a hacer trencitas hawaianas en la
plazoleta de El Bolsón. Este hallazgo no hizo más que confirmar una frase que
escuché varias miles de veces desde que dije que me venía “para el sur”, aunque
el resultado se me demoró bastante. Si alguien decide venirse, no haga nada de
lo que yo hice. No es buena idea. Mejor quédese donde está, para qué
molestarse, el esfuerzo y las penurias no se ven minimizadas por la recompensa.
Ah,
otra cosa. Además de honrado soy agradecido. Flor de botella de tinto se va a ligar
Carlitos. Se la merece.