domingo, 29 de diciembre de 2013

Noche de delirio en pleno recambio de calendario

En la Ciudad ya se huele el fin de año... En el país todo se palpita el fin de año, algunos empezaron antes con los asuetos (y empezarán bastante más tarde el año nuevo también, suerte por ellos...) y todos están pensando en el brindis de la última noche del año.
El 2013 se nos fue en un balance desparejo, con más prepotencia que hechos, con más palabras que entender al otro, con vaivenes propios de una sociedad que sufre como ninguna la rebeldía de la adolescencia, que no se da cuenta que tiene la mejor mano para ganar sin siquiera recurrir a la mentira y que sin embargo lo hace para pretender demostrarse corajuda. Se pretende adulta pero se comporta como púber intentando impresionar a alguna niña esquiva  Lo que importa no es en este caso el pasado, sino lo que viene y si no podemos enfrentarlo con renovado espíritu entonces estamos sonados. .
Pero este fin de año es diferente: no puedo ver en la gente la energía que se suele renovar en esta etapa, ese pensamiento positivo de renovar las cuentas, renovar la vida. Al contrario, los escucho algo abatidos, nerviosos y no quisiera decir desesperanzados. El tono de voz refleja que la realidad en la que se ven inmersos ya ocurrió y que se está por repetir irremisiblemente. Veo desazón, veo inquietud, veo infinita resignación. Pero también brilla en sus ojos la certeza de que no bajarán los brazos. (fin de la escena)

Sigo pensando (lo escribí ya alguna que otra vez y lo reafirmo) que el espacio virtual da vida a muchísimas cosas que se cristalizan en la vida real (o al revés, lo importante es que coexistan y no se aniquilen entre sí) y que me han dado un apoyo que no sabía que necesitaba. Esto es difícil de explicar, aún más cuando la intensidad de los contactos disminuyó en estos últimos tiempos; esta ausencia se resiente más debido a esto. Agradezco la persistencia, la lealtad, la presencia en mi ausencia, realmente la valoro y aprecio mucho.  

¿Deseos para el año que viene? Deseo que todos ustedes sean felices.
Cada vez que pasa una estrella, en mi cumpleaños, cuando pasa un coche con los recién casados, todas esas ocasiones para pedir deseos, yo no pido nada. ¿Qué puedo pedir si ya tengo lo que quiero?. Entonces pido eso, que sean felices. O mejor, pido lo que ustedes quieran pedir. Y como dice en la parte de atrás de muchos camiones, te deseo el doble de lo que vos me deseás a mi.
La felicidad viene de la mano de cosas que hoy están devaluadas (no, no me refiero al peso argentino) y no tanto por las posesiones materiales, así que está en uno poder descubrir ese tesoro que todos tenemos a mano.
Brindis, amigos, fotos viejas, tarjetas. Campamentos, lluvias, arena de mar, agua de lago. Cenas con velas, asados, llantos, abrazos, un buen libro. Cada uno encontrará en esas pequeñas cosas el valor de la vida y sabrá que no hay otra cosa que la reemplace, que el recuerdo podrá ser el último refugio frente a la necedad. 

Una de las tantas cosas que no podemos evitar es el paso del tiempo; entonces el 2014 vendrá y se colará como una realidad en nuestras vidas. Deseo (realmente lo quiero) que no importa lo que contenga, lo que tenga para depararnos, lo que nos haga vivir, que sea de lo mejor que nos haya ocurrido en la vida.
Para todos, un inmejorable año 2014!

martes, 17 de diciembre de 2013

Aquella sagitariana

Antes que el polvo de la desmemoria te cubra y quedes en el olvido, me gustaría inmortalizarte con palabras que aunque no resulten memorables, serán nacidas en el corazón y por vos merecidas.
Aquel día te reconocí físicamente (te conocí mucho antes), nuestras miradas se cruzaron en más de una oportunidad y pretendí reconocer en el fondo de esos ojos de mirada hipnótica esa química que une a las personas, esa magia que los sagitarianos (y muy pocos más) sabemos cultivar tan bien.
No quiero evocar sonatas, ni botones desprendidos, ni corbatas por el piso. Tampoco quiero recordar cuerpos (no interesa) y mucho menos un día, tal vez porque esas anécdotas no me tienen como protagonista.
No pretendo recordar nada, tal vez porque el presente nos una solamente por un instante.
Simplemente pretendo abrir la expectativa, abrir una ocasión futura en la cual compartir, conversar, conocernos
y por qué no,
pretender hacer realidad esa química que nosotros los sagitarianos
hacemos tan merecida gala.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Delirio matinal

Estoy muy cansada. Quisiera hoy un buen masaje y morirme hasta mañana. No, mejor por una semana. O vacaciones, pero me van a descontar los días. Mejor, desaparezco y digo, no sé, que se murió un pariente o que me abdujeron unos aliens exploradores. Y este idiota del 2º que se empeña en hacer bifes a la plancha a las 4 de la tarde… Mejor me voy a lo de la Pato a ver si sabe algo del primo. ¡Es que olía tan bien esa colonia (tengo que averiguar la marca, para regalarla) que tenía puesta! No es que fuera tan lindo, pero bueno, hay que pasar el invierno, dicen. Un buen baño me vendría bien, ponerme una loción fresca, algo relajante. Ese champú de ortigas que olvidó el último incauto es su mejor recuerdo, huele a verde, a pradera, porque lo que era él, uff, olía a guerrero cobarde, a esclavo traidor, a letrina de baño público. Bueno, exagero, pero más o menos… Me tomo un taxi, todos huelen igual, a ese olor de desodorante de auto mezcla con desinfectante, algunos de limón, otros de pino, da igual, todos me ponen de mal humor. ¿Será que en verdad necesito un masaje? Menos mal que el taxista no intentó darme charla porque me tiraba del coche; le pagué con un billete sucio, me olí las manos y aún estaba ahí ese hedor de múltiples manos e inmundos bolsillos, gracias que traigo este gel antibacterial, que me quedó en el fondo de la cartera del invierno pasado, por lo de la gripe. Me bajé y me asaltó un tufo rancio de cloacas y desagües, maldita sea, ¡quiero un mate! Y sin embargo, esta perra no está en la casa. Le dije que me esperara, qué clase de amiga es, la voy a llamar… No, mejor me meto en este salón de belleza, tal vez ese masaje deseado con cremas frescas y aromas suaves me despejen la mente y el cuerpo. Ah! Jazmines, arándanos, azahares… Me está agarrando una modorra, me duermo… ¡Qué placer!

sábado, 21 de septiembre de 2013

El simple arte de matar (re-publicado)

Diez y media de la noche de un día agitado. La oficina, cargada de humo de tabaco y del calor sofocante del día, se revelaba ahora con la atmósfera pesada de la noche de verano. La ventana invitaba a la brisa a pasar y ésta la ignoraba elegantemente; no se movían ni las sombras. Era un despacho con alfombras raídas, un fichero metálico en la esquina al lado de dos sillas tapizadas en cuero que alguna vez fue nuevo, un escritorio amplio tras el cual un sillón de respaldo alto era el sitio donde más cómodo se hallaba. En la entrada, una puerta con vidrio con su nombre pintado, daba acceso a la salita de espera; luego otra puerta la comunicaba con la habitación principal.
Exhausto, se arrellanó en su sillón, abrió el cajón superior del escritorio de madera lustrada, sacó la pipa y el tabaco, raspó el fósforo contra el lomo de un bibliorato y acercó la lumbre aspirando repetidas veces. Tiró el fósforo al cenicero de madera cayendo sobre las ya abundantes cenizas grises haciendo un minúsculo remolino. Relajó los músculos de la espalda y extendió los brazos hacia adelante, en un ademán mecánico, pensando si debía o no tomar ese caso.
Sabía que todo lo que le dijo era mentira, nada de lo que esos labios rojo sangre habían articulado tenían atisbo de verdad. Los ojos pardos de esa mujer le habían intentado tender una trampa, en la cual no estaba muy seguro de no querer caer. Para ayudarse a tomar esa decisión, se dirigió al archivero, abrió el último cajón y sacó una vieja botella de VAT 69 con el tapón sellado, regalo de algún cliente satisfecho. Volvió a su sillón, sacó un vaso y lo llenó, lo olió y aunque se estremeció al hacerlo, lo bebió suavemente. Los ojos cansados se le nublaron al instante, más no perdió la claridad ni la certeza de que si aceptaba el caso, no obtendría más que problemas y disgustos, ni hablar de los veinticinco dólares por día que había pedido como honorarios.
Se quedó mirando hacia adelante, escuchando la nada y su silencio, midiendo el largo de las cucarachas que paseaban por el zócalo. Un olvidable día terminaba en una olvidable noche. Guardó la botella de whisky en el cajón, se sacó la pistola de la zobaquera y la guardó bajo llave en la caja fuerte, cerró la ventana, apagó las luces y desconectó el timbre de la oficina, pisó con desdén una cucaracha distraída y salió hacia el pasillo rumbo al ascensor.
Afuera, hedía de vapores citadinos. Nada que no haya olido antes.
¿Que te pasa hoy Marlowe? No estás humano esta noche.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Alerta meteorológico de espíritu

A todos nos ocurre que cuando algo nos falta, más lo añoramos. Y estar en un lugar donde casi nunca llueve, mientras en otros se bendice la tierra con una densa cortina de agua, me provoca algo de envidia...
Siempre hubo en la lluvia algo que me llamaba la atención, que me provocaba inquietud. Cada vez que comenzaban a caer gotas del cielo, perlas que se destruyen al tocar la tierra, me provocaba mirar por la ventana cómo se formaban los charcos en el suelo, cómo corría el agua por el cordón de la vereda, arrastrando los papeles y las colillas de cigarrillos.
La luz gris penumbrosa, las nubes violentas, el frío repentino y la humedad penetrante me generan agradables imágenes, aunque jamás se me ocurrió preguntarme de donde venían ni cómo se formaban; aceptaba el hecho como algo natural y así era más fácil disfrutarlo.
Hubo una sola vez que la temperatura me permitió quedarme bajo las gotas, sentir que se te humedece la cabeza, que empiezan las gotas a correr por la nuca y la espalda. La terraza se llenó de música, era año nuevo y el abundante brindis se diluyó con cantos desafinados bajo la lluvia.
Algunas cosas sólo ocurren cuando llueve. La intimidad arrullada, el juego de cartas, tal vez un tablero, un brindis de a dos, adquieren mayor relieve bajo el golpeteo de las gotas contra el cristal de la ventana.
Ahora que las nubes sólo sombrean tímidamente el celeste y se resisten a soltar su carga, me doy cuenta cuanto extraño la lluvia...

lunes, 19 de agosto de 2013

Otras ciudades [29]

Villa El Chocón (Neuquén)

Quiso la Argentina de los grandes proyectos ubicar una represa en un sitio inhóspito y para eso requirió de mucha gente que estuviera dispuesta a afincarse por un largo tiempo en un barrio cercano a la obra, incluso trayendo consigo a su familia. Después de finalizar la obra, las casas quedaron vacías, los ocupantes regresaron a sus lugares de origen o donde su trabajo lo requiriera. Estas casas están en un lugar privilegiado, sus ventanas miran al Embalse Ramos Mexía, a la inmensidad de la Patagonia y a la tranquilidad y paz que ella transmite.
Hoy, ese es el principal recurso y motivo para visitar la villa, poder desconectarse de las complicaciones diarias por un par de días y poder apreciar los frutos de un país que cuando se lo propone, puede concretar enormes logros de la mano del esfuerzo y el compromiso.

domingo, 28 de julio de 2013

Con firma de puño y letra

Hoy recibí una carta con remitente conocido. 
Me generó una inmensa alegría rasgar el sobre, romper esa barrera y en el acto acceder a su felicidad, su intimidad, sus noticias, sus abrazos.

Leer su letra manuscrita algo achatada y de color azul me transportó en un segundo a su labor de estampar en una hoja de papel lo que me hubiera deseado contar con un mate de por medio.

Escuchar su voz al leer sus líneas me convence de que todos a la larga queremos estar tranquilos, que se nos cumplan los deseos y quien dice que no, tener un poco de felicidad a lo largo del día. 

Está bueno recibir noticias por mail o por mensaje de texto, o por qué no un llamadito rápido por teléfono, pero el sobre con la estampilla, con el sello postal viene con su energía, con sus vibraciones.

Navegar en sus pensamientos es una experiencia que la carta con sus garabatos me facilita. Su puño y letra me regala recuerdos además de novedades, pasado además de presente.

sábado, 20 de julio de 2013

Amigos siempre en la memoria

Alguna vez leí: "Es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a escribir canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero". Quizás sea más complicado el proceso de pedir el dinero que la dedicatoria, sin embargo hoy cualquier pelagatos tiene dinero y no cualquiera posee los dones de la inspiración. Pero el autor se refería a otra cosa. Supongo que hablar de cualquier cosa, aún sin saber nada de ese tema es infinitamente más sencillo que arriesgarlo todo por alguien a quien es seguro que no volveremos a ver. Tal vez, pero lo importante es demostrarse a uno mismo que los amigos tienen ese lugarcito cerca de nuestro corazón (aún más cerca que la Tía Fabiana) y que no importa que Roberto Carlos tenga un millón, si lo que sirve en definitiva no es la cantidad sino la calidad.
Y aún me animan tu pelo cortado como cepillo; tus ojos oscuros y hundidos; tu humildad en la opulencia.
Y aún recuerdo tu mirada sincera; tus mates y esas facturas; tu compañía.
Y aún sueño con tu llanto luego de desaprobar ese examen; con tus sabias palabras de niña.
Y aún tengo presente tu incondicionalidad; tu humor ácido a veces, negro casi siempre, irónico todo el tiempo.
Y aún poseo porque nunca lo perdí, ese texto que inició todo.
Y aún creo firme, tozudamente, que ustedes son más hermanos todavía.

No es posible pensar que todas las personas que conocemos son nuestros amigos. Sin embargo se merecen una oportunidad. Tal vez no compartieron con nosotros el asalto a pedradas de la casa embrujada, la rateada frustrada que terminó con un profesor tomando café con nosotros o la construcción de esa choza en la terraza de tu casa, pero bien pueden ser partícipes de otros módicos episodios, puede ser compartir los nervios de un partido de cuartos de final o discutir acerca de los beneficios de hacer un crucero por las antillas. Eso lo deciden ustedes.

Cuiden a sus amigos. No es una cuestión de supervivencia, es una cuestión de principios. Yo sé lo que les digo...

jueves, 4 de julio de 2013

Nacida un cuatro de julio

De pensar que las cosas les pasaban a los demás, de creer que la vida podía simplificarse, uno pasa, sin estaciones previas ni cursos introductorios a vivir la vida.

Existir es sencillo. Nacés, te crean, te inventan, o lo que sea que te genere la venida a este mundo y listo. Sin formularios complicados ni filas eternas ante ventanillas hostiles, uno cae en la vorágine que es la vida actual sin demasiadas expectativas, más que cumplir decorosamente con lo que se espera de uno. Eso, hasta cierto momento.

Cuando te ves reflejado en una mirada nueva, cuando las pestañas más hermosas que hayas visto ondean el aire frente a vos. Cuando esa brizna de fino cabello cae hacia un costado, cuando sus manos se aferran confiadas a la tuya. Cuando escuchás esa risa que te hace saltar el alma de alegría, cuando el llanto que expresa dolor te quiebra en dos. Cuando sus lágrimas te queman, cuando sus llagas te arden y sus heridas te duelen. Cuando su voz te cura todas las penas, cuando sus primeros pasos te emocionan.

Ella provoca que ese momento se repita a cada instante.
En ese momento es cuando pasás de ser un indolente a querer ser eterno. 

miércoles, 26 de junio de 2013

Oscura, eterna noche

La noche fue oscura, navegando en la insensatez del pensamiento nublado, cegado. No tener noción del alcance de lo ocurrido generaba una cierta pesadumbre, un inquietante sentimiento de responsabilidad amputada. La soledad del pequeño cuarto era solo interrumpida por los haces de luz que penetraban desde los ventanucos rectangulares que coronaban las vacías paredes. Este vacío original cedió su lugar con el paso del tiempo y de los huéspedes, a voces sin redención que oyendo a los gritos de la rebeldía interna rayaban con lo que tenían a mano la pintura de color apagado que cubría el revoque calcáreo. Fechas, nombres, lugares, conformaban un inventario desordenado de almas trashumantes, culpables de vivir sin permiso, realizando promesas sin intención de cumplirlas. 
La pared que interrumpía el uniforme fondo de la habitación ocultaba a duras penas el hueco donde bullía el hedor de los desperdicios naturalmente humanos y servía de segundo capítulo para las peticiones desesperadas, inútiles súplicas sin sentido. 
El suelo frío, dudosamente hospitalario, recibió sin inmutarse el calor desamparado de mi cuerpo; me servía de compañía una manta y un colchón amistoso, recibiendo mis desvaríos solitarios, mis sueños caóticos, protegiendo mis ansias de libertad. El silencio agobiante es la peor de las características decorativas y el eco resultante de los errantes pensamientos bailan pesadamente en los mínimos metros cuadrados. El aislamiento es el peor castigo para los seres concebidos en sociedad. La imposibilidad de reconocerme en otro par de ojos me sumió en un estado de distancia intangible, de mutismo indolente, de terror oscuro. A través de la pesada puerta de impenetrable metal se suponía un mundo activo que continuaba girando, naciendo, desarrollando, muriendo. A ese mundo yo quería volver, quería pertenecer con poderoso deseo. Nunca más esta sórdida celda logrará seducirme.

sábado, 15 de junio de 2013

Energía de paso

Ocurrió apenas en la madrugada, justo antes de que el sol arañe el horizonte. Estaba por levantarme para ir al trabajo, rutina de todos los días, esperando que el despertador quiebre la quietud matutina. Con los ojos entrecerrados me quité las sábanas de encima, a regañadientes, junté los tobillos y doblé las piernas para bajarlas al piso; el frío del porcelanato me indicó que estaba aún lejos del calefactor. Caminé a tientas por el pasillo en dirección a la puerta del baño, la intenté empujar con la palma de la mano cuando sentí que la planta del pie me quería decir algo. Primero la obvia humedad, quizás una canilla abierta habría derramado gotas durante la noche. Me orienté en la oscuridad, caminé despacio hasta la cocina y ya con los dos pies mojados sentí de golpe el impacto. 
Extraño.
En simultáneo, mi cuerpo empezó a sacudirse, las uñas de los pies saltaron como maíz pisingallo en erupción,  comenzó a sentirse olor a cabello quemado, mis pezones rozaban la seda del camisón hasta que ardiendo, la traspasaron; mis manos se sacudían como extrañas banderas al viento, las articulaciones se oscurecieron, pasando del bordó al negro en cuestión de segundos.
Pero mi mente seguía lúcida, no sentía dolor. Durante todo el tiempo que duró mi perecer pensé qué extraño que es esto de morir. Veía mi envase carnal sufrir todo tipo de alteraciones, la ínfima tela que lo recubría en jirones, la heladera abierta y chorreando agua y aún así pude hacer un íntimo recuento de tesoros y dejarlos ir. Y tampoco fue así, me di cuenta que en el instante en que mi cabeza golpeara la pared del living, producto del impacto eléctrico que mi energía saltaría a otra instancia superior, que ese poder que moviliza mi carne no se apagaría con el cortocircuito.
Sorprendida por el golpeteo atronador del corazón en mi pecho me desperté.

viernes, 7 de junio de 2013

Punto de vista

En tanto que la ciudad se empeñe en repetir
en modalidad de cinta sinfín
todos esos oscuros, pérfidos defectos
que hacen a su maltrecha naturaleza;
en tanto que ella me ignore con voluntariosa actitud
y no deje ni un mínimo espacio a mi expresión
de nada en general y de todo mi particular;
en tanto que aquellos que habitamos esta ciudad
no volemos los prejuicios, no dinamitemos los miedos,
no erradiquemos al virus del menosprecio,
en tanto nos sigamos manejando con hipocresía
a la hora de llenar el sobre con nuestra opinión,
en tanto sigamos siendo prisioneros,
seguiremos pagando deudas que no disfrutamos,
comprando comestibles que no alimentan
y votando representantes políticos que no nos representan,
que no trabajan para el pueblo.

sábado, 25 de mayo de 2013

Fin de semana

El domingo es un día muy extraño. Yo sé que está destinado a mi descanso, a que libere mis ideas de hacer reventar este mundo desde ya condenado, a que mi cuerpo recupere esas energías encapsuladas en las moléculas de ATP que son tan necesarias para que haga bien mi trabajo, a que comparta tiempo de calidad con mi familia y todo eso que la sociedad hace los días domingos.
El fin de semana es un par de días muy extraño. Aunque debería ser cobijo de los días más relajados, informales, tranquilos, en lugar de eso lo encuentro rutinario, repetitivo. Siempre lo mismo, no hay variación y eso no hace más que agotarme, hace que prefiera estar en otra parte, en otro momento.
Un domingo cualquiera decidí que no caería en el círculo vicioso de siempre, me levanté temprano, inflé las cubiertas de la bicicleta y salí rumbo a ningún lado. Guardaba la esperanza de que algo fuera de lo normal ocurriera. A las dos cuadras la goma delantera dejó su vida útil con un estallido seco y definitivo. Volví a casa, dejé los restos ciclistas tirados en el patio y pensé en buscar un cómplice. El teléfono sonó en siete casas diferentes y las respuestas que obtuve (tres que se dignaron levantar el tubo) fueron horripilantemente similares.
Extraño día el domingo. Hace como dos años, un día de esos (un domingo, claro) se nos ocurrió hacer un mini paseo a la laguna, hacer un bife al disco y descansar con un grupo de amigos. El proyecto, obvio, no pasó de una idea. El carnicero no nos pudo cortar dos miserables kilos de bife de paleta y el motor de la lancha se sumó al clima de descanso dominguero y no arrancó. Terminamos cediendo a la monotonía de lo de siempre, dormir la siesta y sumarse al circuito del parque al centro y vuelta otra vez al parque.
En un momento se me había ocurrido que tal vez estábamos encerrados como Truman en Sea Heaven, pero días como un lunes o un jueves nos permiten viajar hasta Espartillar o Buenos Aires. Pareciera que el campo de fuerza influye sólo esos días, es más una limitación de actitud que física.
Ni siquiera se podía trabajar, para hacer algo fuera de agenda. Sabido es que cuando se empieza cualquier tarea, siempre falta algo y los negocios que lo venden, los domingos cierran todo el día.
Los demás días de la semana no tienen nada de particular. Cada día se diferencia de los demás días comunes por lo que generan en la gente: lunes, cansancio, desprecio; martes, rabia, fatiga; miércoles, esperanza; jueves, agotamiento, ilusión; viernes, alegría, alivio. Adquieren características distintivas cuando se los relaciona con algún evento, nacimientos y cumpleaños, obtención de algún logro académico y cosas similares pero que seguro sucedieron en otro día. Yo nací un viernes y festejo mi cumpleaños cada vez que puedo (aunque nunca lo hice un domingo)
En el fin de semana ocurren cosas inesperadas. Ese domingo me encontré con un viejo, tendría más de setenta años (y se le notaba); me preguntó una tontería para entablar conversación y luego, sin transición, se despachó con un monólogo sobre lo pésima que era la vida, lo mal que le había ido, que lo habían traicionado, maltratado, etcétera. Al otro día, pobre abuelo, se enteró que se había sacado la lotería, se embarcó en un crucero al caribe, se pasó de caipirinhas y lo terminaron enterrando en Bombinhas (todo ocurrió en sucesivos domingos).
También un domingo te conocí y un domingo confirmamos que éramos el uno para el otro, aunque yo insisto en que fue sábado, nada más que para salir del molde, para no encerrarme en este irritante esquema que no es mío.
Hoy es viernes y por eso puedo pensar estas ideas. Si hubiera sido fin de semana, creo que la computadora habría explotado, no encendido o yo no habría escrito más que pelotudeces. ¿Hoy es viernes?

sábado, 11 de mayo de 2013

Atlas invisible de la Ciudad (apéndice)


En continuación al primer capítulo publicado hace unos días, se hace conocer esta ampliación del atlas con el mismo ánimo de mostrar y describir, sin otra intención que satisfacer la curiosidad del lector. No hay construcciones megalíticas ni enormes desarrollos de ingeniería ni siquiera récords de ningún tipo.
Repetimos la rápida mirada que simulamos darle a la primer parte de este atlas confeccionado sin criterio ni orden. Nadie volverá a pretender impresionarse por lo que a continuación se enumere, no se enjuiciará ni se adjetivará a las masas indiferentes acerca de los pequeños horrores que acá se describan, que serán aquellos que fueron dejados de lado (por algo habrá sido...) en la primera parte.

La Fuente de la Juventud
Hay en pleno centro de la Ciudad una fuente confeccionada especialmente para un evento particular, con aires de pretendida solemnidad y vanguardia artística. Dicen las lenguas vivas que aquél que beba un sorbito del agua que circula por sus cañerías en la madrugada del día de su cumpleaños por veintidós años seguidos tendrá asegurada la juventud eterna.
El ejemplo mentado cada vez que se hablaba de esta fuente era el del mismísimo artista que la diseñó, hasta el año pasado en que falleció en un accidente de tránsito, situación imposible de adjudicar a la ineficacia de los tragos ingeridos.

La Cancha de los Meniscos Perdidos
En la zona oeste ocupa una considerable extensión una cancha que pretendía ser modelo de instalación y lujo y en pretensiones se ha quedado. Ya no crece el verde césped, el suelo que otrora era fértil y promisorio hoy es árido e inhóspito. Enterrados entre los cantos rodados han encontrado reposo miles de meniscos arrebatados de rodillas elegantes, ligamentos cruzados de articulaciones esquivas y tobillos veloces.
Si bien la capacidad atlética de los exponentes deportivos de la Ciudad es mínimamente cuestionable, esta puede ser la causa de la ausencia de escuadras representativas en cualquier deporte en la primer plana del escenario nacional. Excusas livianas para una realidad oscura.

El Hotel de los Divorciados
Es como si las instalaciones hubieran sido construidas para albergar solos, no hay sonidos de amor, no hay dos personas caminando lado a lado ya que los pasillos son angostos y las paredes ásperas, las escaleras son como túneles y los ascensores no pueden ser ocupados por más de una persona (o por lo menos no superar los 80 kilos).
Allí viven los varones que han sufrido la crisis de los 40 y los pescaron con una de 22, también aquellas señoras estiradas que han dilapidado fortunas familiares en cirugías en busca de mantener intacta la belleza y solterones y solteronas que han hecho del celibato una vida normal.
Por supuesto, el portero es mal hablado, irrespetuoso y prepotente. Y divorciado. Tres veces.

Podría incurrir en repeticiones o invenciones de dudoso origen para decorar este humilde, paupérrimo atlas pero en definitiva las malformaciones urbanas son las que definen a la Ciudad y así lo toleraremos, sometidos a la incuestionable realidad.


domingo, 5 de mayo de 2013

Atlas invisible de la Ciudad


Aunque un simple mapa, con su tendencia a abusar de la exactitud podría indicar ciertas características de un lugar, no es posible percibir esas otras cosas interesantes que solo se pueden descubrir estando allí. La Ciudad tiene calles sin salida, edificios notables, avenidas iluminadas y plazas espaciosas. También tiene plazoletas traicioneras, bulevares infernales poblados de conductores veloces, rotondas malévolas y casas invadidas de espíritus. 
De una rápida mirada a un atlas confeccionado sin criterio ni orden podríamos ver ciertas joyas que más nos espantarían por lo ridículas que por lo horrorosas. Nadie quedará impresionado por lo que a continuación se enumere, no se emitirán juicios ni se adjetivará para evitar que las masas susceptibles se espanten.

El Mirador o el Hotel al aire libre.
De día es un lugar adorable, con un pequeño muro de piedra redonda que demarca hasta donde debería la gente adentrarse siguiendo la línea de la barda. De allí se posee una vista increíble que abarca muchos kilómetros, incluso se puede ver otra provincia. Familias se acercan a disfrutar del espacio libre, grupos de amigos comparten termos interminables de mates y las bicicletas le dan movimiento aleatorio. Al anochecer se reemplaza esta imagen por una fila interminable de vehículos que se parapetan uno contra otro, que se mecen rítmicamente prometiéndose sus ocupantes amor eterno o por lo menos diez minutos de apresurado placer.

El Cajero del Reality.
Los cajeros automáticos deberían ser cubículos cómodos, iluminados por dentro con un pequeño estante para apoyar las cosas que uno lleva en la mano e incluso un gancho para que las damas cuelguen allí sus carteras o los caballeros sus gabanes y por sobre todas las cosas que no se pueda ver desde la calle que alguien está allí dentro. Existe un cajero sobre la avenida principal que es lo opuesto a todo esto, tiene una vidriera que le otorga al comensal de la heladería de enfrente disfrutar del placer de ver al cliente marcar su código de seguridad. Tengo la sospecha que la cámara instalada es más para espiar que para vigilar.

La Plaza Magnética.
Cada vez que tomes un colectivo o incluso un taxi en cualquier lugar de la ciudad y cualquiera sea tu destino el recorrido pasará por la plaza Italia. Es un pequeño espacio verde en el cruce de las calles Ushuaia y Ameghino y todos los que tienen que ir a la universidad, terminal, mercado de frutos, centro comercial o cabaret pasarán por allí. Es un vórtex vehicular, un remolino que atrae a los coches como la miel a las moscas, aunque es inoperante para las bicicletas y patinetas y apenas medible para los peatones.

Si hubiera más lugar se consignarían otros sitios de interés tales como La Fuente de la Juventud, La Cancha de los Meniscos Perdidos y El Hotel de los Divorciados pero ya es suficiente por hoy.

martes, 16 de abril de 2013

Elegía de la lluvia


Siempre hubo en la lluvia algo que me llamaba la atención, que me provocaba inquietud y me hacía mirar hacia el horizonte buscando indicios de alguna nube. Cada vez que comenzaban a caer gotas del cielo, perlas que se destruyen al tocar el suelo, me provocaba mirar por la ventana cómo se formaban los charcos en la vereda, cómo corría el agua por el cordón de la vereda, arrastrando los papeles y las colillas de cigarrillos.
Las primeras gotas gigantes que golpean el hombro, la luz gris penumbrosa, las nubes violentas, el frío repentino y la humedad penetrante generan en mi imaginación agradables imágenes.
Hubo una sola vez que la temperatura me permitió quedarme bajo las gotas, sentir que se te humedece la cabeza, que empiezan las gotas a correr por la nuca y la espalda. La terraza se llenó de música, era año nuevo y el abundante brindis se diluyó con cantos desafinados bajo la lluvia.
Algunas cosas sólo ocurren cuando llueve. La intimidad arrullada, el juego de cartas, tal vez un tablero, un brindis de a dos, adquieren mayor relieve bajo el golpeteo de las gotas contra el cristal de la ventana.
Ahora que las nubes sólo sombrean tímidamente la bóveda celeste y se resisten a soltar su carga, me doy cuenta cuanto extraño la lluvia...

sábado, 6 de abril de 2013

Pequeños textos para la CD

1- La lluvia arreciaba con esa garúa ínfima que apenas se siente, de esa que se derrama sin pausa y por tanto tiempo que parece humedecer hasta los huesos. Bajo esa cortina líquida, con velocidad controlada y destino cierto, un auto se dejaba arrastrar por la potencia juvenil de su motor, llevando dentro ilusiones y ganas de descanso.

2- No es que quiera hacerlo, sino que me dejo llevar por lo que ocurre a mi alrededor. Si estoy en un grupo y vamos a comer una pizza, no veo ningún inconveniente en posponer mis ganas individuales de engullir un buen pollo al horno con papas fritas regado con un fresco merlot. Mi carácter conciliador me lleva a evitar cierto conflictos y someterme a los deseos ajenos.

3- Si la arena que el viento arrastraba hubiese sido marea alta, nos habría tapado hasta la nariz. Como una fina lámina dorada pasaba por sobre nuestros pies, brillaba tenue al rayo del sol y se posaba un poco más allá. Un momento después, animada por nuevos aires, reiniciaba su paseo rumbo al mar. A pesar de ello, los lobos marinos se mantenían estoicos bajo el sol de marzo con sus párpados entornados y sus aletas removiendo la arena en busca de frescura.

4- Del bordó más intenso pintado en la pared al dorado brillante de la arena marina, del fresco verde arbóreo al algodonoso gris de las nubes de tormenta. De todos esos colores se ha pintado este viaje, que el cuerpo agradeció y que la mente necesitaba. Y sin embargo, aún quisiera estar sin horario y sin obligaciones. 

jueves, 7 de marzo de 2013

Literatura, ficción y más ciudades [28]

Una conmoción repentina

Mientras permanecía meditando sobre este triunfo demasiado perfecto del hombre, la luna llena, amarilla y jibosa salió entre un desbordamiento de luz plateada, al nordeste. Las brillantes figuritas cesaron de moverse debajo de mi, un búho silencioso revoloteó, y me estremecí con el frío de la noche. Decidí descender y elegir un sitio donde poder dormir.
Busqué con los ojos el edificio que conocía. Luego mi mirada corrió a lo largo de la figura de la esfinge blanca sobre su pedestal de bronce, cada vez más visible a medida que la luz de la luna ascendente se hacía más brillante. Enfrente podía ver el plateado abedul. Había allí, por un lado, el macizo de rododendros, negro en la pálida claridad, y por el otro, la pequeña pradera, que volví a contemplar. Una extraña duda heló mi satisfacción. "No", me dije con resolución, "ésa no es la pradera".
Pero lo era, pues la lívida faz leprosa de la esfinge estaba vuelta hacia allí. ¿Pueden ustedes imaginar lo que sentí cuando tuve la plena convicción de ello? No, no podrían. ¡La Máquina del Tiempo había desaparecido!
Enseguida, como un latigazo en la cara, se me ocurrió la posibilidad de perder mi propia época, de quedar abandonado e impotente en aquel extraño mundo nuevo.

La máquina del Tiempo - (H. G. WELLS)

jueves, 21 de febrero de 2013

Cavilaciones

Profundo y sostenido, desde el alma, con el alma, fue el alarido que el gaucho profirió en medio de la noche oscura.
Había en esta vida muchas cosas que desconocía y por esas no se preocupaba, no era ésa la razón de su pesadilla.
Había en este mundo muchas injusticias, incluso él mismo sufría alguna que otra aunque no lo incomodaba en demasía.
Había también cosas que no entendía y eran estas incomprensiones las que lo desvelaban en las noches calcinadas de la pampa estival.
Escapaban a su entendimiento, por más empeño que le pusiera, por más tiempo que le dedicara a examinar la cuestión, llegaba en cada oportunidad al mismo callejón sin salida de su campera reflexión.
No era limitante su escasa instrucción, sustituida por un agudo sentido de la realidad; no era obstáculo la soledad del horizonte acentuada por la huida de su compañera, siempre encontró predisposición en su perro para auditorio de sus cavilaciones.
Nunca se imaginó que la idea se le hiciera carne y al momento siguiente a su alarido infernal que cortó con filo inapelable el silencio sacro de la noche infinita comprendió su condición de célula, de ser minúsculo en la grandeza de un mundo que lo excluía con firmeza y se perdió en el camino que remontaba la loma del sur rumbo al corazón del monte huraño, quizás para siempre, quizás sumido en sus cavilaciones.

viernes, 15 de febrero de 2013

Yo lo soñé (y me dio escalofríos)

El cielo se ponía cada vez más oscuro, lo normal en un atardecer en cualquier parte del mundo. En lo más profundo del horizonte incluso se podía ver alguna nube que se teñía de rosado y un poco más arriba el lucero vigilante. Ese era el escenario, de fondo, del balcón donde la acción ocurría, inexorable. 
Abajo, en la calle oscilaban las luces furiosas de los autos rozando las indefensas rodillas de los peatones, quienes agitaban sus puños en el aire mientras vociferaban insultos condenatorios. Estos eran los actores secundarios del drama que estaba a punto de ocurrir, tres pisos de altura más arriba.
A ella siempre le llamaron mucho la atención esos puntos luminosos, esas luciérnagas mecánicas que avisaban infalibles el paso del móvil; sus padres usaban esa treta cada vez que el insomnio provocaba la aparición de su mal humor, del llanto mocoso, del hipo estremecedor, del grito penetrante. Frente a los brillantes colores la paz recobraba terreno perdido, la niña abría apenas su pequeña boca extasiada, reconcentrada en perseguir la trayectoria errática y luego, con desesperación, estiraba sus brazos y se empujaba con fuerza como queriendo alcanzar y morder y tocar esa luz.
Y al final, de tanto empujar, de tanto arañar la piel del rostro de sus padres, encontró un escape hacia la libertad, pasó por sobre la baranda a pesar de los esfuerzos por rescatarla y saltó libre hacia esas luces que inscribían su nombre en la oscuridad.

lunes, 4 de febrero de 2013

Otras ciudades [28]

Cinco Saltos (Río Negro)

Cuando la cabeza se aturde por algún tipo de impacto emocional profundo u otro evento que excede la capacidad de comprender, las cosas que suceden suelen ser como un carrusel al que se le desgastan los frenos y empieza a arrastrar a todos los que están encima de él provocando que la visión de todo aquello que está fuera sea borrosa e inexacta.
Cuando el cuerpo no tiene más que magulladuras, cuando lo que ha recolectado han sido golpes en los brazos, las manos y muñecas y una tremenda quemadura por roce en el hombro pero que en comparación no han sido más que pequeñas secuelas, la vida se pone en perspectiva tan rápidamente que uno cree que en cualquier momento se pedirá repetir la escena porque ha salido horrible.
Cuando la noche se abalanza impiadosa sobre los miedos con el solo objetivo de alimentarlos para que ellos, teniendote a su merced indefenso y casi derrotado, no queda más que abrazarse al suelo inhóspito, enterrar la cabeza en las sombras y rogar que el fétido olor a desechos se disperse pronto con la abrasadora brisa veraniega.
Cuando el sol viene a rescatar a la víctima de su castigo, cuando se pone en marcha la maquinaria legal, es el pincipio de una excursión peatonal, una intrépida etapa de planificación paciente y postergación obligada. 
Y es cuando uno agradece mirando fijamente el horizonte.

lunes, 21 de enero de 2013

La mesa maravillosa


El patio del pub invitaba al ocio. Espacioso, con varios sectores apartados de dudosa oscuridad, era un oasis de aire puro en el páramo del vicio. La atmósfera veraniega, sofocante durante el día, encontraba en los pliegues de la pared de revoque grueso un atemperador del fresco de la madrugada. Había en toda su superficie solamente un mueble, una mesa de jardín, de duro plástico y un agujero en su centro. A las cuatro de la mañana de un viernes de un fin de semana que no destaca en el calendario, Lalo, uno de esos personajes asociados a la noche, de pelo largo y peinados rulos se acercó a la mesa, arrimó una silla y con mirada lánguida miró a Cele y Eloísa, invitándolas con discreción.
- Estuve a punto de cometer un error - dijo Lalo con un susurro-. Casi no vengo. Tenía un asado con los preventistas de Lever.
Eloísa sonrió y emitió unos sonidos apagados mientras lo hacía. El vaso lleno de fernet con cola mantenía el equilibrio en su mano derecha mientras que con la izquierda pellizcaba a su amiga. Enseguida vino el Ciego, un noctámbulo que trabaja en la confitería del centro y en sus noches libres frecuenta los bares para mantenerse en forma y se sumó al grupo de la mesa.
- ¿Qué hacen mis bellezas? - casi gritó. -¿Listas para casarse conmigo? - esto fue más como un suspiro mientras se sentaba.
- Eso pasará el día que me crezca la barba - dijo Cele, una rubia preciosa de ojos pardos, con finos cabellos y poco vello en su tersa, suave piel.
- ¡Uy, que maldad! No seas así con el Ciego, rubia - la amonestó Lalo, aunque en su voz se entreveía su satisfacción.
- Recién llego de afuera, vengo de ver al Gurí y me dijo que el lunes es feriado administrativo. ¿Armamos algo para el domingo? - dijo sin más trámite el Ciego.
- Todavía no animamos la noche - dijo Eloísa con evidente animosidad.- Estamos esperando que pase algo.
Estas frases salidas de la boca de esa morocha delgada pero de formas generosas, contundentes, fueron un mazazo en el balance de la charla.
- Ey chicas, ¿qué hacen con estos jovatos? - terció el Coti, uno de los dueños del pub. - ¿Les traigo algo para tomar?
- Algo más de lo mismo. Estamos con mucho calor y sed.- dijo Cele mientras hacía un guiño que vio solamente Lalo.
Al fresco de las bebidas, la charla se animó un poco más, dejando de lado las tensiones. Sin apuro, Lalo sacó un cigarrillo de esos con filtro de cartón y lo encendió cubriendo la llama del viento con su mano izquierda. El Ciego estaba contando una pequeña discución de clientes en la confitería mientras las chicas lo escuchaban sin interés. De repente, un grupo de chicos salió al patio arrastrando a un amigo que necesitaba un poco de aire fresco. El ánimo de la mesa no se alteró, miraban muy divertidos la escena.
- Las veces que te habrán tenido que sacar así, en ese estado.- comentó divertida Eloísa a su amiga.- De las mías, la verdad que no me acuerdo. -agregó y luego largó una graciosa carcajada que hacía estremecer su generoso pecho, y por consecuencia los globos oculares de los hombres.
- No te hagas la boluda, si el fin de semana pasado terminaste así. - la condenó Cele. - De hecho, podrías hacer un libro, con varios tomos.
-¡Uh, qué bárbaro! Que amiguita que tenés, cómo te mandó al frente.- dijo el Ciego desde atrás de un vaso de cerveza.
- Hay que mantener la dignidad. Y si no se puede, que sea ahogada en alcohol.- Lalo cerró el diálogo con energía.
El patio comenzaba a iluminarse, el ruido era cada vez más lejano. Los ojos cada vez más escondidos tras los párpados. La mesa maravillosa estaba callada, hundidos los pensamientos en el regreso a casa. Otra noche de fin de semana se acababa. Aunque tal vez, lo realmente maravilloso recién empezaba.

miércoles, 9 de enero de 2013

Móvil

Luchas desiguales si las hay se presentan cada día. Como en un cuadrilátero perfecto, unidos pero odiándose, a veces se miran, a veces se ignoran, muchas veces sucumben.
En un extremo de la figura el oso blanco, vistiendo un mameluco celeste con cuello y botamangas arremangadas, los puños apretados, la mirada fija.
En su lado opuesto, el pato amarillo de misteriosas alas celestes y pico naranja, nunca te mira a los ojos y arremete agachando la cabeza.
A su lado, la jirafa verde parece indiferente a todo, soñando con aquello que sucede más allá de su largo cuello.
Enfrente, el caballo rojo furioso y deportiva montura celeste jamás cabalgará lejos, sus patas están unidas por una prisión verde.
En medio de ellos, como una deidad imparcial, un cubo letrado vigila desde el centro del móvil que no se agoten las pilas.