sábado, 27 de junio de 2015

Mateando a la tardecita

Apenas escuché el suave murmullo del agua acercándose al punto en que ya hervida no sirve para la infusión, giré la perilla para hacer desaparecer la llama y extinguir así su calórico poder.
Me quemé los dedos al intentar tomar la pava por el asa; tuve que servirme del repasador, rodear con él el mango y humedecer de esta forma la yerba en su cuenco original.
La bombilla, inmóvil en su lugar, sirve de puente y conector entre el fulminante sabor terrestre y su inevitable destino.
Miro fijamente la superficie espumosa mientras la música me eleva con suavidad; el abrazo del sol y sus rayos fraternales me adormecen. Apenas se perciben los sonidos de la calle, ahogados por la altura, entumecidos de frío.
Sorbo de a ratos, el calor se transmite del mate a mi mano, de la boquilla a mis labios, del agua grumosa a mi garganta. La pava refleja brillante sobre la mesa la tranquilidad que le presta el prematuro ocaso blanquecino.
Se me turba la mirada, se me agarrota la garganta, la emoción barrunta mi espíritu. Te recuerdo tan nítida que a veces me equivoco y te cebo un mate pensando que estás en la ronda y me obligo a tomarlo, triste.
Miré de nuevo hacia la habitación, revisé el balcón y también debajo de la mesa; casi se me cae la yerba inclinado de rodillas al lado de la cama. Lo que no pude evitar que caigan fueron mis lágrimas al recordar tus mates dulces de edulcorante en la mañana, verdadero veneno para el estómago como tu amor para mi corazón.
Aparté de un manotazo esos recuerdos, tiré la yerba a la basura y salí del departamento dando un portazo.

domingo, 7 de junio de 2015

De esas cosas en que nadie piensa

La miró de frente, sin vergüenza ni disimulo. Esperaba que, aunque sea frente a ese descaro, ella tuviera alguna reacción, alguna mueca. Sostuvo firme la mirada, incluso pretendió ser, con un gesto de galantería, un poco menos invisible. Como todas las otras veces, fue tan interesante para ella como un poste. A medio camino quedó su brazo, con un amago de saludo, patética estatua de la indiferencia.
Por más que siempre le pasara lo mismo, nunca se terminaría de acostumbrar a su carácter de traslúcido. Los fantasmas también tienen sentimientos, sería una máxima que bien podría enarbolar. Herido en su orgullo, flotó hacia la esquina y de ahí hasta la plaza que estaba cruzando la avenida. Allí podría asustar a un par de desconcertados enamorados que siempre se aprovechaban de las sombras para expresarse su amor en ruidosos besos.
Sigilosamente, se ubicó sobre el banco y de repente sacudió las ramas del abeto que se estremeció como golpeado por un rayo. Nada pasó, los tórtolos  estaban absortos cada uno en la boca del otro y ni se dieron cuenta de nada.
Frustrado, se refugió en el zaguán de la juguetería a intentar recomponer el orgullo. La existencia de los espíritus no es simple, qué se le va a hacer.